23 May
23May

Vivimos en un tiempo donde la superficialidad lo ha abarcado todo. La satisfacción inmediata colma nuestro día a día. Donde miremos podemos encontrar algo que nos distraiga, que ocupe nuestro enfoque, la profundidad queda relegada a pequeños momentos en nuestra semana que requieren de una concentración y esfuerzo notables.

Las disciplinas esenciales de la experiencia cristiana, de la vida espiritual, nos llaman a movernos más allá de la vida superficial hacia las profundidades. Nos invitan a explorar, a descubrir, a ir más allá de lo que conocemos.

Estas riquezas no están guardadas solamente para aquellos “héroes de la fe” o personas contemplativas a las cuales rápidamente podemos catalogar de que “no tienen algo mejor que hacer” y que dedican todo su tiempo a la oración y la meditación. De hecho, podemos decir que es todo lo contrario, Dios tiene el propósito de que las disciplinas de la vida espiritual sean para los seres humanos “ordinarios”: los que trabajan, estudian, cuidan niños, todos aquellos que viven sumidos en la cotidianidad de la vida.

El requisito principal para vivir una vida rica en las disciplinas es tener anhelo de Dios. (Salmos 42:1,2)

Pero para descubrir aquello que nos está esperando, es necesario poder vivir una vida de verdadera disciplina y entrega. Debemos tener disciplina para practicar estas disciplinas espirituales.

La mayor excusa que se nos presenta es la de “no tener tiempo” o “estar muy ocupados” y así es como nuestro día, nuestra semana y nuestro mes vuelan y sentimos que no tenemos avance alguno.

Aquí es donde se nos presenta una buena oportunidad para practicar la disciplina de ser diligentes en nuestra administración terrenal y poner en práctica estrategias como el limitar el uso del teléfono móvil, despertarse más temprano o simplemente decir que no a ciertas actividades con tal de lograr tener un espacio en nuestro día para la práctica de alguna disciplina como la lectura de la palabra o la oración.

Hay miles de maneras en las que estas oportunidades se presentan, y estoy seguro que vos podes pensar en varias que son muy cotidianas. Oportunidades que se te presentan para ir más profundo, pero que así de rápido como llegan, también aparecen las distracciones, lo inmediato de la vida, lo que se roba nuestra atención. Te invito a que puedas pensar en maneras donde puedas aplicar la disciplina de decir no, de quedarse concentrado en una sola cosa, de dejar pasar lo urgente.

Hablar de tener que realizar cierto esfuerzo no quiere quitar del medio el poder de la Gracia y entender que todo aquello que tenemos nos es dado por ella. Pero si no cuidamos de una manera prudente nuestros recursos (como el tiempo) con prácticas disciplinadas no vamos a poder invertirlo en el lugar correcto.

No se trata de asignar tiempos arbitrarios, o de buscar agradar a Dios de una manera laboriosa, en nuestras fuerzas y ganas. Sino que se trata de tener un corazón que cultiva un hambre genuino y profunda por el corazón de Dios, y que no se conforma con la rigidez y superficialidad de nuestro tiempo, sino que está dispuesto a ir más allá de lo que le es fácil y “barato”. Que toma el compromiso y responde con un “si” al llamado a ir más profundo.

Sin importar tu edad, tu ocupación ni tu contexto, todos tenemos una oportunidad de ir más allá, de poder profundizar en todo aquello que Dios nos está hablando y mostrando. De vivir y experimentar que una vida de disciplina, madurez y entrega nos puedan llevar a conocer lo que permanece para siempre, fuera de lo pasajero, para que nuestros frutos sean verdaderos y eternos.

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