11 Jul
11Jul

¿Qué es aquello que el Padre ha buscado desde el principio? ¿Cuál era su expectativa en aquel Huerto? ¿Qué esperaba recibir del pueblo que había guiado a través del Mar Rojo? Estas son algunas preguntas que me hago con frecuencia. Si el Antiguo Testamento nos relata la historia de tantas ofrendas, sacrificios, canciones, poesías, hazañas y hasta un templo extravagante en toda su estructura, ¿por qué en la conversación con la mujer samaritana Jesús nos deja ver que el Padre seguía en la búsqueda de una calidad de adoradores que no habían sido expresados hasta ese momento?

Uno de los asuntos más importantes que como líderes y colaboradores de Dios en medio de una generación debemos entender y enseñar a las personas que discipulamos y acompañamos en la fe, es aquel concerniente a la adoración, porque finalmente, todo el entramado de nuestra vida tiene que ver con adoración.

Juan 4:23-24 menciona: “Pero la hora se acerca, y ya está aquí, cuando los que verdaderamente adoran al Padre lo harán guiados por el Espíritu y en forma verdadera, porque el Padre así quiere que sean los que lo adoren. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo guiados por el Espíritu y en forma verdadera”. (NVB)

Esta famosa conversación que encontramos en Juan 4 representa el puntapié para guiarnos a un entendimiento más profundo acerca de la verdadera adoración, una resignificación de todo lo que hasta ese momento había sido visto. El verso 23 nos muestra un cambio de estación, puesto que todo lo que rodeaba los actos de adoración de aquellos días estaba sujeto a lugares, personas específicas y una dinámica totalmente cúltica. Sin embargo, aquí vemos a Jesús revelarnos tres elementos cruciales que abren paso a un diseño de adoración que involucra toda la vida:

1) La búsqueda inicia en el Padre: esto marca una de las realidades más extraordinarias que vino a comunicarnos Cristo en su sacrificio, el sello de la paternidad de Dios en nuestros corazones a causa de que Cristo mismo es nuestra vida. El Padre no busca cosas en nosotros, Él busca a su Hijo en nuestro interior y la obediencia de ese Hijo fluyendo por medio de nuestras vidas en diferentes expresiones.

Hay una canción muy hermosa que dice “dame a Cristo” y tiene sentido cantarla desde nosotros en dirección a Dios, pero también creo que se vuelve una canción del Padre hacia los hijos, cuando busca en nosotros al único objeto de su amor y placer: Cristo. Ministremos a las personas la convicción de que en medio de la cotidianidad, en nuestros pensamientos, en nuestras conversaciones, en nuestras acciones, en nuestras relaciones, escucharemos al Espíritu Santo cantar en nuestro interior “dame a Cristo”.

2) Es en Espíritu: mientras que las obras del primer Adán fueron el fruto de un alma viviente, la verdadera adoración es el fruto de Cristo, el Espíritu vivificante que habita en nuestro espíritu y produce en cada parte de nuestro ser frutos que agradan al Padre. Nuestro espíritu se convirtió en la geografía que Cristo habita por la fe. Esta es la coordenada desde donde hoy la adoración fluye como una actividad permanente. Lo externo y temporal ahora es una vida interna y eterna.

3) Es en verdad: Jesús le dice a la samaritana: ustedes adoran lo que no conocen, tienen una visión distorsionada del Dios verdadero. Cristo vino a revelarnos al Padre, por lo cual nuestra adoración tiene que ver con un Dios conocido, con la profundidad de su persona revelada en nosotros. Él mismo es la verdad y su sustancia de verdad es un gobierno que conquista nuestra alma para hacernos verdaderos en todo.

El corazón del Padre fue satisfecho por completo en la cruz, Cristo fue la ofrenda perfecta que respondió a todas las expectativas del Padre. Esta es la razón por la que Cristo es la adoración. Cristo en nosotros y a través de nosotros es la verdadera adoración. Ante una generación tan creativa, talentosa, dinámica y espontánea resulta vital la comprensión acerca de que la adoración no está determinada por actos externos, sino por una experiencia viva en nuestro interior. Todo lo que podamos hacer hacia Dios que no involucre primero un corazón rendido bajo el gobierno de la vida del espíritu, puede resultar en expresiones vacías.

Los verdaderos adoradores adoran siempre y en todo lugar. Esto implica toda nuestra vida dándole al Padre un todo constante. Y, por supuesto, este “todo” tiene la forma y el perfume de Cristo en nosotros como la adoración verdadera.

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